APRENDIENDO A ESCRIBIR

chale, leer a tipos como el escritor del siguiente texto, me hace sentir basura en el mundo de la escritura, juro no volver a publicar nada hasta que no haya mejorado la calidad. lo juro:

Una Orden de Flautas

A Leopoldo le gusta su nuevo trabajo, dice que ahí sí puede explotar sus aptitudes. Trabaja en un rastro y lo que más le gusta es matar pollos. Nomás es cosa de agarrarlos y torcerles el cuello hasta que se oiga un “crack” parecido al que hacen los comensales de su tío Octavio, el que tiene la fonda en la esquina, cuando piden una orden de cuatro flautas de pollo doraditas.

A veces, cuando en el bodegón de al lado se oyen los chillidos de los cerdos, Polo prepara sus pollitos especiales, los despluma con cuidado y se enchufa el culo de una gallina en el badajo, eso lo hace sentir menos solitario y menos virgencito. Esos pollos los separa y se los lleva a su tío y don Tavo le agradece, pues con ellos prepara los taquitos dorados que son la especialidad de su fonda.

La fonda de don Tavo siempre está llena, todos los que piden el Menú Ejecutivo se deleitan con las flautas sazonadas por Polito. Fue en esa misma fonda donde Polo conoció a Dolores, una secretaría de una compañía de seguros que cada viernes caminaba tres cuadras para darse el lujo de la semana: un Menú Ejecutivo.

Lola es morenita (dorada, decía Polo), usa el cabello hasta los hombros, pero siempre lo recoge en un chongo, el uniforme del trabajo la obliga a mostrar sus piernitas flacas. Pero a Polo le vale madres, más le interesaba su doble pechuga, además es de los que dicen que no importa que las piernas estén chuecas porque a la mera hora nomás se echan a un lado.

Desde que Polo conoció a Lola le llevaba más pollos especiales a don Tavo, así de enamorado andaba el pobre. Así que un buen día se armo de valor y decidió poner en práctica su teoría del Trébol rojo y así, sin decir ni agua va, que se le acerca a la solitaria secretaria y que le ofrece el refresco, jamás pensó que su amor platónico nomás le dijera: “Te pedí una Coca” y ni lo volteara a ver.

Polo le llevó la Coca-Cola y se quedó viendo cómo disfrutaba sus cuatro flautas de pollo doraditas y supo antes que ella que estaba enamorada de él, después de todo era su sabor el que mordía tan gustosa y hacía relamerse la crema de los labios con tanto placer gastronómico. Entonces, sintió entre sus piernas que el pantalón lo sofocaba y corrió al rastro a “trabajar horas extras”.

Polo siguió con esa costumbre hasta que un día llegó tarde y vio desde la puerta de la fonda que su primo Tavo Torito (apodado así por su espalda estilo cargador de la Merced) le llevaba una Coca-Cola bien fría a la Dolores y se sentaba muy campechano a platicar con ella. Hasta escuchó cómo quedaban de irse a pasear el domingo a la Alameda mientras Lola le daba a probar de sus flautas.

El Polito se quedó trabado y se regresó corriendo al rastro nomás para darle unos buenos chingadazos a los cadáveres de las vacas que colgaban de unos ganchos. Polo sentía que así se desquitaba del buey de su primo que le bajó a su novia imaginaria y en cada putazo que le daba a la res colgada nomás se imaginaba al Tavito y a la Lola relamiéndose su crema en los labios del otro.

A Polo le gusta mucho más su nueva chamba y ahora se divierte haciendo chillar a los puercos antes de matarlos. Ya no le lleva pollitos a su tío Tavo, pero su padrino puso un puesto de carnitas y desde que vio que una gordita se echa tres de surtida con cuerito cada jueves y se pasa los tacos con un Trébol rojo... pues los viernes le lleva carne... de la especial...

Mauricio Jiménez.
© 2004

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